de
Panjakent

a
Samarcanda

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Resultó que, por no haber encontrado alojamiento en Gusar y haber alcanzado ese día hasta Panjakent, ahora nos íbamos a Samarcanda un día antes de lo previsto.
Al poco de abandonar la ciudad nos metimos por carreteras secundarias que iban en paralelo a la principal y tropezamos con una familia de agricultores con su camioncito cargado de uvas que se detuvieron y nos agasajaron con unos racimos. Estaban deliciosas y ellos eran encantadores pero teníamos que seguir adelante.

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El camino era tan malo que volvimos a la ruta principal donde, a medida que nos acercábamos a la frontera, el tráfico era cada vez menos denso y la carretera estaba ocupada por gente que aprovechaba los arcenes (e incluso el carril derecho) para extender sus productos y trabajar en ella.

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Extendían el cereal en el asfalto para que se secara y el paseo fue bastante entretenido hasta que nos sorprendió una larga cola de camiones que esperaban, aparcados en el arcén, para cruzar la frontera hacia Uzbekistan.

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Nosotros pedaleamos hasta ponernos los primeritos y entramos como si fuéramos peatones. Tampoco había demasiados.

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Pasamos el control de pasaportes en un lado y en el otro. El control de equipajes en el lado de Uzbekistan, donde prácticamente desarmaban los coches para encontrar drogas, y sin mayor problema entramos de nuevo en el país. Ya en Uzbekistan, volvimos a tomar las carreteras secundarias pero el camino era tan mal que tuvimos que echar pie a tierra en más de una ocasión por lo que decidimos volver a la carretera principal.

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A medida que nos adentrábamos en el país el tráfico se iba haciendo más y más denso. El asfalto tampoco era de buena calidad por lo que ni avanzábamos rápido ni disfrutábamos del paisaje por lo que nos detuvimos a almorzar en un restaurante de carretera.
Las camareras tuvieron la deferencia de sacar una mesa al exterior para que pudieramos cuidar de nuestras bicicletas mientras comíamos. Me tomé un Lagman que estaba bastante bueno.

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Luego, de vuelta a la ruta, decidimos continuar por las carreteras principales y entramos en Samarcanda por una gran avenida que nos llevó directamente hasta la plaza Registán. No nos detuvimos pero desde la bici pudimos admirar su grandiosidad.
Nos instalamos en el hotel, hicimos la colada y nos fuimos a cenar en los alrededores del hotel.
Puesto que habíamos ahorrado un día ahora teníamos dos días completos para visitar la ciudad y, he de decir, que es una ciudad grandiosa y tiene atractivos suficientes para dos y hasta tres días.
Por supuesto, la Plaza Registán con sus tres madrasas enfrentadas: la Madraza Tilla-Kari, la Madraza de Ulugh Beg y la Madraza Sher Dor. Es el mayor atractivo de la ciudad y le puedes dedicar una mañana casi completa porque dentro de las madrazas, las celdas donde antiguamente se alojaban los estudiantes, se han convertido en tiendas para turistas y se te pasa el tiempo visitando unas y otras

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Luego dedicamos la tarde a visitar el monumento a Timur y el Mausoleo de Gur e Amir.

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Ya por la noche regresamos a la Plaza Registán, donde estaban celebrando un espectáculo de luces y música. Lo contemplamos durante un buen rato y nos fuimos a cenar al restaurante Emirhan que está justo detrás de la plaza. Es una ciudad tan grande que con eso, y un poco de callejeo, el día estaba completo.
Al día siguiente fuimos a la Mezquita y al Mausoleo Bibi Khanym y luego al mercado Siyob Bozori donde compramos algo para el almuerzo. No es un mercado para uzbecos, parece mas un mercado para turistas y los precios también, para turistas. Por unas pocas frutas (cuatro chinas y dos melocotones) nos cobraron al cambio cinco dólares.
Hay un parque que separa el mercado del cementerio y aprovechamos para tumbarnos en el césped, a la sombra de un árbol, para comer y descansar un poco. Luego cruzamos por un largo puente peatonal y llegamos a la Mezquita Hazrati Xizr, que es una verdadera preciosidad y, como estaban recitando unos versos del Corán, nos detuvimos a escucharlos sentados bajo la columnata del patio y a llenarnos de la paz que nos transmitían.

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Luego nos perdimos en el cementerio, contemplando los rostros de los fallecidos, pues tienen la costumbre de gravarlos en las lápidas junto a sus nombres.

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Terminamos la tarde en la Necrópolis Shah i Zinda. Es donde la gente bien de la ciudad había enterrado a sus seres queridos a lo largo de los años. Cada cual había hecho un mausoleo más impresionante que el de su vecino. Estaba plagada de turistas y a veces había que hacer cola para visitar los distintos mausoleos… pero nos pareció una de las maravillas de la ciudad.

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Era tarde. Las distancias son tan largas, que si decides visitar la ciudad caminando se te pasa todo el día y apenas has visitado unas pocas maravillas. Regresamos al hotel, salimos a cenar al Restaurante Boulevar, donde tienen gran variedad de platos y precios altos, pero es un buen restaurante y nos lo merecíamos, y nos fuimos a la cama temprano, porque a la mañana siguiente nos subíamos de nuevo a la bicicleta.


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