de
Konibodon

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a
Khujand


Desayunamos lo que habíamos comprado la noche previa en esa especie de cama balines (sin techo), tapizada con alfombras, que hay frente a muchos hogares y, después de lávenos los dientes nos pusimos de nuevo en ruta.
Salimos de Konibodom por una carretera de tierra que avanzaba paralela a un riachuelo primero y luego entre tierras de cultivo. 12 kilómetros en los que avanzamos lentamente pero que fueron muy agradables. La brisa fresca de la primera hora de la mañana, el silencio y la luz del sol al amanecer.

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Luego la carretera principal era la única opción entre Konibodom y Khujand. Antes de incorporarnos, estamos parados no sé por qué y, como siempre, un señor sale de su casa y nos trae unas ciruela secas en un bolsito, por lo menos medio kilo para que nos las fuéramos tomando por el camino. Amabilidad tayika.

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La carretera es completamente recta y avanza en paralelo a un gran lago. Al otro lado del mismo se ve una especie de duna enorme pues, por su color ocre, parecía arena y, detrás de ella, a lo lejos, los picos de las montañas más altas.

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La pista, siendo una vía principal, estaba en muy mal estado. No tenía arcenes y lejos de ofrecernos un firme de buena calidad, que nos permitiera avanzar, éste estaba todo parcheado y lleno de baches por lo que, aparte de la intensa circulación teníamos que ir pendientes del asfalto para evitar accidentes.

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Un viaje en esas condiciones, bajo un sol de justicia, te agota. En una de estas pinchamos y, nos ocurre lo más curioso: un vecino que hay como en una especie de plaza donde comen 40 varones en múltiples mesas alineadas, se nos acerca para para invitarnos. Incluso nos ofrece 50 somies para que comamos algo con ellos. Rehusamos amablemente.
Los últimos 20 kilómetros aproximadamente, cuando ya estábamos entrando en Khujand, nos desviamos para entrar por carreteras secundarias y se hizo más agradable. Ya teníamos el trabajo duro hecho y nos detuvimos en un puesto de fruta. Nos sentamos en la clásica cama que tiene para los clientes (o pare ellos mismos) y nos sirvieron un melón que estaba delicioso.

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Después de eso la entrada a la ciudad se hizo más llevadera. Callejeamos por los barrios que la rodean y luego tomamos una inmensa avenida que conforma una recta de varios kilómetros y se adentra en la ciudad flanqueada por grandes farolas y todo tipo de comercios. Más adelante nuevas avenidas, cruzamos el río y llegamos a nuestro hotel.
Hicimos la colada, nos dimos una ducha y pedimos un taxi para salir a cenar al centro. Había una gran fiesta en la plaza principal, estaban celebrando el 34 aniversario de su independencia, y habían cerrado las calles. Así que paseamos muy a gusto confundiéndonos entre la gente.
Al día siguiente aprovechamos para cambiar dinero, pues solo teníamos la moneda local que habíamos sacado en el cajero de Konibodom. Visitamos el mercado de la ciudad…

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y almorzamos un plov en un restaurante del centro.

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Luego visitamos el Museo de Historia de Sughd que ha sido construido dentro de las antiguas murallas de la ciudad.

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Su construcción es relativamente reciente, pero es un ejemplo de arquitectura tradicional tayika. Para llevarlo a cabo se emplearon a los mejores artesanos y usaron materiales tradicionales como los azulejos de cerámica, las maderas talladas con intrincadas figuras, y las pinturas ornamentales "kundal", por lo que el edificio mismo es una muestra viva de la arquitectura regional. Es un palacio magnifico, con una preciosa cúpula color esmeralda, muy bonito y recomendable. Pagamos 30.somies por entrar cada uno. Pasear por su enorme pasillo central pasando de una sala a otra te quita el hipo es… absolutamente impresionante.

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Por la noche quisimos ir a cenar a un restaurante vegano que había cerca del hotel, para dejar por fin de comer carne, pero estaba cerrado y tuvimos que conformarnos con un restaurante de comida local y, por supuesto, comer carne.


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