Al día siguiente, muy temprano tomamos el tren para ir a Ferganá. Habíamos comprado por internet billetes de primera clase para tener más sitio por si teníamos que llevar las bicicletas. Así que disponíamos de un compartimento para nosotros cuatro (45 euros por personas aproximadamente).
El viaje fue de lo más tranquilo. Por la ventanilla puedes ver impresionantes valles y estepas desérticas. Llegamos al extenso y larguisimo valle fértil en el que Fergana se encuentra. Un valle en el que vive el 25% de la población del país y que, supuestamente, es la zona donde la religión musulmana se practica de un modo más ortodoxo. Lo cierto es que no lo notamos.
Desde la estación de Margilon tomamos un taxi hasta nuestro hotel, donde nos instalamos, almorzamos y volvimos a tomar un taxi que nos llevara a la tienda de bicicletas.
Y al fin llegamos… y fue realmente una aventura. Porque vas vendido. Necesitas las bicicletas para realizar tu viaje y tienes que tomar una decisión tan importante como esa en apenas unas horas. Elegir el sillín en el que vas a sentar tu culo durante muchas horas.
Llegamos a la tienda y había bastante gente comprando pero había muchos más empleados. Lo que ocurre es que no sabían nada de nosotros y tuvieron que llamar a uno de los jefes.
Las bicicletas que estaban expuestas parecían muy molonas. Ese tipo de bicicleta con colores y complementos muy llamativos. El jefe nos dijo que eran chinas y que para un viaje como el nuestro tenía otras mejores.
Nos subimos en su coche y nos llevó a una nave industrial que había cerca y n la que tenían expuestas infinidad de bicicletas de segunda mano de marcas europeas. La mayoría eran bicicletas híbridas y de paseo un tanto anticuadas. Teníamos muchas dudas. Nos pidió 250 euros por cada una de ellas (cuando las chinas costaban 100 euros) como solemos gastarnos 200 dólares en ellas eso es lo que yo ofrecí y, por supuesto, aceptó encantado. Es el momento en el que te sientes engañado porque esas bicicletas en Europa hubieran constado, de segunda mano, más baratas… peor bueno. Lo cierto es que puso a su personal a cargo nuestro para que nos adaptaran las bicicletas a nuestro gusto y pudimos cambiar sillines y manillares a nuestro antojo para que las bicicletas fueran lo que esperábamos.
Luego volvimos pedaleando al hotel y al día siguiente, dimos un paseo por la ciudad. Salimos a las nueve para hacer una ruta de quince kilómetros a una fábrica de seda. Salimos de la carretera principal y pasamos por algunos barrios, con esas casas en ele, con grandes patios interiores y altos muros que, cuando las puertas estaban abiertas, nos dejaban entrever la riqueza de ese patio, con sus parras, con la gran cama para sentarse a hablar hasta que un pinchazo nos animó el día. Tuvimos que cambiar la rueda, nos ayudó un obrero porque nos faltaba la herramienta y, fue tan amable que inclusive nos hizo todo el cambio por mucho que nos empeñamos en hacerlo nosotros. Ya de vuelta aprovechamos para volver a pasar por la tienda de bicicletas y hacer algunos ajustes.
Llegamos a la fábrica de sedas. Nos habían dicho que era gratis pero nos costó 50,000 som a cada uno. El guía era fantástico, joven y guapo, y nos fue enseñando todos los procesos de la seda. Desde que lo cultivan en una morera, hasta que ponen las crisálidas en agua caliente, casi hirviendo, y van sacando los hilos. También el proceso posterior. Cómo agrupan esos hilos minúsculos para hacer un hilo más grueso y esos hilos van haciendo los ovillos. Luego los tiñen, los llevan al telar y los tejen. Fue una visita interesante.
Después de eso solo quedaba empezar nuestra ruta, y al tercer día, muy temprano por la mañana, nos pusimos en marcha. La primera sorpresa fue un pinchazo antes de empezar… como para aclararte que no va a ser fácil.
Las carreteras entre Ferganá y Kokand han sido las mejores del viaje. No solo por la calidad del asfalto sino por la limpieza y la múltiples alternativas que te ofrece el camino. Hay muchas carreteras en esta zona y eso te permite elegir la que mejor te viene. Por supuesto que hubo alguna en mal estado pero la impresión general fue muy buena.
Al principio fuimos por la carretera general, pero después nos desviamos por calles muy secundarias. Casas con grandes emparrados tanto en el exterior como en el interior y, como es sábado, muchos niños en la calle que nos saludan y se nos quedan mirando.
Tuvimos un pinchazo en el camino y, como hacía un sol terrible, nos acercamos a una sombra al amparo de la cual unos señores vendían sus manzanas y sus sandías. Esos vendedores de fruta no solo nos ayudaron a reparar el pinchazo sino que además nos invitaron a comer una de sus sandías. Así que nos sentamos en esa especie de cama Balinesa que es tan frecuente en esto países y que usan para comer y descansar, nos hicimos fotos juntos, nos dijimos la edad, a dónde íbamos y disfrutamos de un momento muy agradable con ellos. Esta ha sido una constante en el viaje, la generosidad de la población para con nosotros .
Mas adelante paramos en una tienda. Dos niñas que no deben de tener más de diez años se encargan de la tienda ellas solas. Con gesto serio nos atienden, como si estuvieran jugando a las casitas. Hace un calor terrible y necesitamos una sombrita, comprar agua y comer algo ligero… y ocurre exactamente los mismo que cuando el pinchazo. Los alrededores de la tienda, que está vacía, de pronto se llenan de gente.
Se corre la noticia de que hay unos ciclistas y todos salen a hacerse una foto contigo y a invitarte a tomar un té en su casa. Un señor alto con bigote tipo Otomano nos ofreció almendras, nueces y hasta nos invitó a comer. No aceptamos porque siempre vamos con prisa, pero agradecemos el gesto.
A partir de ahí fuimos por la orilla de un rio que estaba más fresco pero nos dijeron que una de las carreteras que teníamos que seguir estaba cerrada, cambiamos de ruta y nos perdimos.