de
Ayaz Kala
a Urgench

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Ni siquiera nos planteamos la posibilidad de intentar acercarnos a Ayaz Kala en bicicleta. Los 450 kilómetros de desierto que separan Bukhara de Ayaz Kala son una distancia infranqueable para cicloturistas como nosotros, que nos gusta dormir en una camita cómoda. Para aquellos que duerman en tienda de campaña entiendo que es una posibilidad.
Por nuestra parte, metimos las bicicletas en una furgoneta e hicimos el recorrido por la autovía y, viendo lo que vinos desde la ventanilla, hicimos bien. Porque entre ambas poblaciones no hay nada. Solo se veía alguna gasolinera junto a algún restaurante de vez en cuando.


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Todo lo demás era tierra baldía y neumáticos destrozados junto a los arcenes. Eso es todo.


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Cuando llegamos al campamento de Ayaz Kala tomamos posesión de nuestras yurtas y salimos a visitar las fortalezas. Las murallas aún se conservan pero todo lo demás ha desaparecido bajo la erosión del desierto. Ya es mucho pensar que esas fortificaciones de adobe, construidas antes de Cristo, aún permanezcan en pie en nuestros días.


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Regresamos y nos sentamos a contemplar el desierto y a enorme rebaño de dromedarios y camellos batrianos que volvían al corral después de haber pasado el día en libertad, quién sabe donde.


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La puesta de sol fue increíble y estuvimos un buen rato haciendo fotos del espectáculo que nos ofrecía.


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Luego cenamos en el campamento, una cena deliciosa y super abundante, y salimos al exterior y estuvimos un rato contemplando el cielo. Porque la falta de contaminación lumínica del desierto expone las estrellas de un modo único.
Las yurtas nos resultaron cómodas para pasar la noche aunque tengas que salir al desierto si te surge la necesidad de ir al baño y, por la mañana, madrugamos para emprender la marcha.


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La carretera que atravesaba el desierto estaba vacía y el frescor de la mañana hizo que el paseo fuera agradable en los primeros kilómetros. Luego ocurrió lo de siempre… el tráfico fue creciendo y la calidad del asfalto decreciendo.


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Urgench nos sorprendió como tantas otras ciudades de Uzbekistan, con enormes avenidas en las que podría aterrizar un avión si fuera necesario. Encontramos sin dificultad el hotel y nos alojamos pero tuvimos que pelear en recepción para que encendieran el aire acondicionado porque, por la fecha, ya lo habían apagado y empezado el horario de invierno, pero la temperatura en las habitaciones era demasiado alta y tuvimos que pelear mucho para conseguir que la pusieran en marcha de nuevo.
Luego salimos a cenar al Akbar Osh Markasi, al otro lado del río. Es un restaurante popular, especializado en plov. En la entrada te encuentra la cocina con sus grandes perolos de arroz y luego, en el interior, es una gran nave industrial llena de meses donde hay muchísima gente, sobre todo joven, y un ejercito de camareros sirviendo las mesas que están dispuestas en largas filas.



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