Al salir del hotel nos encontramos con un argentino que estaba de profesor invitado durante cuarenta días, de nacionalidad norteamericana y charlamos un rato con él sobre esto y lo otro. Interesante conocer otras perspectivas y no solo mirar el mundo desde nuestra propia pecera.
Tomamos una carretera en bastante buenas condiciones que va casi en paralelo a la carretera principal.
Tiene algún tramo tipo uzbeco, muy mal asfaltado, pero son pocos kilómetros y en un abrir y cerrar de ojos llegamos a Khiva.
Nos alojamos en una pequeña madraza al lado de la ciudad vieja pero las habitaciones son muy muy muy pequeñas. No hay mesa de noche, el armario es mínimo, solo las dos camas y un pasillito ,el baño está decente, pero su recepcionista parece una niña, es una persona muy joven con una chispa, con un inglés y una predisposición para hacer las cosas, digna de imitar.
Hoy no hay que hacer la colada porque la ropa de bici sucia ya ya así para España. Disfrutamos de un almuerzo fugaz en la pastelería de Sofía y, por la tarde, fuimos hasta la ciudad amurallada.
Toda la vida y todos los monumentos están dentro de esta Medina, pero ha sido colonizada por mercaderes cuyos puestos ocupan las calles y el interior de los monumentos. Desvirtúa un poco este magnífico decorado de cine.
Ya se nos había hecho de noche cuando pasamos por el minarete inconcluso que está recubierto de cerámica de colores y es hermoso. Solo tiene treinta de los 70 metros que estaba destinado a tener, porque iba a ser el más alto de su época.
Es increíble lo conservada que está la ciudad debido a que, los soviéticos, sacaron a todo el mundo y la restauraron.
Cenamos los típicos espagueti verde (Shivit Oshi) en un restaurante muy concurrido y nos fuimos a la cama.
A la mañana siguiente hablamos con la recepcionista para decidir a quién regalar nuestras bicicletas y volvimos a la ciudad amurallada. Subimos al minarete de ciento veinte escalones, entramos en un museo y posteriormente nos fuimos caminando unos dos kilómetros hasta un mercado de abasto que hay fuera de la ciudad amurallada. éramos los únicos extranjeros, y compramos algunas nueces de macadamia, lentejas, especias para aderezar la carne y regresamos en una pequeña furgoneta. Nos costó cinco mil sum a cada uno.
En el hotel, la recepcionista nos dijo que había pensado en dejarle las bicicletas a las chicas de la limpieza y le dimos una a ella misma. El viaje ya estaba acabado