Desde la casa de la Familia Najmiddin, en el cuarto lago, fuimos en coche hasta Shing, a recoger nuestras bicicletas, y desde allí reemprendimos la ruta.
Los primeros kilómetros fueron por una carretera de tierra entre montañas, mayor parte del tiempo hacia abajo aunque también hubieron algunas subidas.
Pensábamos que iba a ser muy dura por el tráfico de caminos que habíamos visto el primer día, pero sorprendentemente la habían mojado para no hacer polvo. Los impresionantes picos de las montañas más altas y el frescor de la mañana hicieron que fuera un paseo agradable.
Luego llegó el asfalto y continuamos bajando hasta alcanzar la carretera principal donde giramos a la derecha para ir a Gusar. A partir de ahí la ruta tenía algunos toboganes, un sube y baja muy entretenido. Como la etapa era corta y teníamos tiempo suficiente nos detuvimos en un pequeño restaurante de carretera a tomar un almuerzo y reemprendimos la marcha. Gusar ya estaba cerca y allí teníamos reservado un hotel para pasar la noche.
Nuestra idea era, al día siguiente, cruzar al otro lado del río y bordearlo por aquella orilla hasta Panjakent, visitando los pequeños pueblos que, al estar segregados de la carretera principal por la presencia del río, prometían ser más pintorescos.
Sin embargo el hotel estaba cerrado y tuvimos que estirar un poco la etapa, regresar sobre nuestros pasos y dirigirnos a Panjakent por la carretera principal.
Llegamos cansados del fluir del tráfico junto a nuestra oreja izquierda, ese zumbido que, como una mosca impertinente, se te mete en la cabeza y hasta en los huesos.
Encontramos el hotel Umariyon sin contratiempos, aunque tuvimos que rodear la manzana en la que se encuentra hasta dar con la entrada, porque ocupa la primera planta del edificio y se accede a el por una escalera lateral, sin que haya ningún cartel que lo anuncie en la calle (o sí lo hay no lo entiendes porque está en cirílico).
Luego la rutina de siempre. Tomar posesión de la habitación, hacer la colada, darnos una ducha, descansar un poco y salir a cenar en el restaurante Bora Bora, donde pedimos unas pizzas y unas ensaladas. Tardaron una eternidad y el camarero pidió disculpas diciendo que cocinero se había enfermado y lo había tenido que sustituir. Luego un corto paseo hasta el hotel y a la cama.
A la mañana siguiente visitamos el Central Marquet Bazar, que está en la misma calle que el hotel.
Es un bullicioso y desordenado mercado. Nos perdimos por sus callejuelas y hasta nos encontramos con los catalanes que habíamos conocido en Shing. Encontramos la gran cúpula central y compramos unos frutos secos.
Luego nos adentramos en la mezquita que hay al otro lado de la calle. No sabíamos si se nos permitía entrar pero los feligreses ue había nos invitaron a hacerlo pero, como en el interior había gente rezando, no nos sentíamos cómodos y después de un corto vistazo, nos salimos.
Atravesamos la ciudad para ir a visitar las ruinas de la Antigua Panjakent. A la entrada, en una especie de ruinas que hay vigiladas por unos guardianes, uno de ellos nos ofreció el agua que sale de una fuente. Mana de la tierra provocando un gran alboroto y él, lleno de orgullo, recogió agua con un cubo y nos la ofreció como si se tratara de lo más maravilloso. No nos gusta tomar agua que no esté embotellada, porque las diarreas sobre la bicicleta, son una verdadera incomodidad, pero viendo cómo le brillaban los ojos, no pudimos negarnos a su ofrecimiento. Luego caminamos un rato por las ruinas de la antigua ciudad.
Lo cierto es que son poco más que unos cúmulos de tierra y adobe, muy mal conservados desde cuya cima se puede contemplar la ciudad moderna a lo lejos.
Entre una cosa y la otra se nos había echado el día encima emprendimos el regreso. De camino al hotel nos detuvimos en un pequeño quiosco que había en un parque a comer unas Samsas que nos sirvieron directamente del horno de barro que había allí mismo. Estaban muy calientes y la carne un poco dura pero nos hicieron el apaño para aguantar hasta la noche.
Luego paseamos un poco y regresamos al hotel a descasar y preparar las alforjas para el día siguiente.
A la hora de la cena nos encontramos con tres ciclistas que iban en bypacking con sus propias bicicletas de gravel de muy buena calidad. Uno de ellos estaba comprando una coca-cola y le faltaban unas monedas. Se lo pagamos y nos contó que eran alemanes, venían de Estambul y habían pasado por Kazajistán. Iban al Pamir y a China. Como era de noche y aún no tenían hotel, les aconsejamos el nuestro.