de Gijduvon a Bujara

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No hay mucho que decir de la ruta entre estas dos ciudades porque ya estábamos completamente destrozados como para meternos por rutas secundarias e hicimos todo el camino por la carretera principal con que ello conlleva: mucho tráfico, ruido, peligro y estar muy atento a la rueda que lleva delante para no provocar ningún accidente.

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Luego la entrada a Bujará fue una cosa distinta porque la periferia de la ciudad, con sus enormes avenidas, prometía una ciudad grande y moderna pero, a poco que nos adentramos en el centro, las calles se estrecharon hasta tal punto que no cabían los coches.

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Eran tan estrechas y estaban flanqueadas por casas de adobe o encaladas en colores terracota que recordaban a una medina. Te quedaba claro que era una ciudad en medio de un desierto.

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En ese enjambre de callejuelas nos perdimos durante unos minutos, pero también resulta que no es una zona muy grande y al poco encontramos la entrada de nuestro hotel. He de decir que ha sido el alojamiento con más encanto de todo el viaje. Una antigua madrasa habilitada como pequeño hotel.
El trayecto había sido corto y era temprano por lo que hicimos nuestra lavandería, nos duchamos y salimos a dar un paseo por la ciudad.

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El primer monumento que visitamos fue la Madrasa Chor Minor, un edificio pequeño, con cuatro torres y mucho encanto. Recuerda a un pequeño castillo dibujado por la imaginación de un niño con algún error en sus proporciones. Luego buscamos donde almorzar pero a las 15:00 ya era tarde en Uzbequistan y la mayor parte de los restaurantes estaban cerrados. Finalmente encontramos un restaurante muy de turistas que nos hizo el apaño y volvimos al hotel a hacer un pequeño descanso para afrontar la tarde.

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Después de una corta siesta salimos a dar un paseo por el centro. Recorrimos la plaza Lyabi Khause, con su estanque lleno de cisnes y sus terracitas con parejas de turistas que, lánguidamente, la flanquean. Tiene un ambiente bohemio y muy relajado y después de dar unas vueltas y visitar las pequeñas tiendas que hay en todos sus recovecos, te apetece sentarte a tomar un te junto al estanque y ver caer la tarde hasta que el sol se pone.

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Cenamos en un restaurante de la zona y, a la mañana siguiente pateamos los que es resto del centro nos ofrecía.

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Resulta que este año 2025 se celebraba la Bienal de Bujará, un espacio dedicado al arte que había transformado el centro de la ciudad convirtiéndolo en algo muy diferente a lo que esperas encontrarte en un lugar como este. Por todas partes había esculturas que se integraban en el paisaje y convivían con los turistas y las pequeñas tiendas que pueblan sus calles.
Entramos en la Ayozzhon Karvonsaroyi, un caravasar (antiguas hospederías de la ruta de la seda) que ha sido transformado en una especie de Performance donde distintos artistas han empleado sus salas para instalar sus obras y… como ocurre con el arte moderno, hay de todo pero he de decir que en mi opinión, el nivel era bastante alto.

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La zona central de la ciudad no tiene desperdicio con mezquitas, madrasas y, por supuesto, el gran Minarete Kalon, que con sus 48 metros resistió las acometidas del malvado Gengis Khan quien, impresionado por su tamaño, ordenó respetarlo.

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Ya nos acercábamos al final del viaje y también hicimos algunas compras en el camino hacia la fortaleza. Alrededor de las grande murallas con sus características silueta bombacha, había un camello batriano, con sus características jorobas, puesto allí para que los turistas se hicieran una foto a su lado.

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Luego, dentro de la fortaleza, no hay demasiado que ver. Algunas salas con restos de las antiguas civilizaciones que poblaron la ciudad y una bonita vista de la ciudad a lo lejos.


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