Al contrario que en días anteriores la jornada transcurrió mayormente por carretera secundaria. Al principio cruzamos unas zonas de cultivo donde nos extrañó mucho ver campos de girasoles, pues no ha sido un paisaje común en este viaje. Luego campos de algodón que sí es lo habitual.
La carretera cruzaba zonas rurales y algunos pueblos muy tranquilos. El camino se hacía bastante agradable aunque, como en tantas otras ocasiones, la calidad del asfalto dejaba mucho que desear y no podíamos ir mucho más rápido.
Algo auguraba que el camino no iba a ser igual al de otras jornadas… como un presentimiento que no acabas de comprender pero que, a medida que avanzas, se consolida, hasta convertirse en una certeza. A nuestra mano derecha, empezaba a intuirse a lo lejos… el más puro desierto. La planicie se elevaba un poco, y esta meseta llena de verdor daba paso, unos metros por encima, a otra planicie totalmente yerma. La tierra de cultivo se transformaba en un erial y, ese horizonte, cada vez estaba más próximo, como si fuera él el que avanzaba hacia nosotros. Hasta que definitivamente lo alcanzamos y nos adentramos en él.
La pista hizo una serie de curvas y un pequeño ascenso y, de pronto, nos vimos en medio de un vasto desierto que lo abarcaba todo hasta el horizonte. Ni vegetación ni pueblos, ni vida. Solo de vez en cuando nos cruzábamos on un camión o un coche en nuestro sentido o en sentido contrario.
No sé cuanto duró eso pero de verdad que te estremecía, porque no sabíamos cuánto iba a durar y si llevábamos suficiente agua. Pero al igual que vino se fue. Poco a poco empezamos a ver como en el horizonte, a nuestra mano izquierda, se podían ver unas casas y algo de verdor a lo lejos. Una esperanza que poco a poco se fue acercando hasta que la carretera, igual que había ascendido para entrar en el desierto ahora descendió para salir de él, y alcanzamos un pueblo. Respiramos aliviados y en la primera tienditas que vimos nos detuvimos a tomar algo.
Una vez reemprendimos la marcha, buscamos acortar el camino a través de unas pequeñas carreteras que, atravesando la zona rural, nos daban la posibilidad de llegar más directamente. Así que pasado Khodzha Kurgan tomamos a la derecha. Fue un trayecto muy agradable pero, pasado Akrabat, la carretera se hizo de tierra y en muy mal estado.
Pensábamos que sería poco tiempo, pues en el mapa se veía que había una carretera principal un poco más adelante y que, cuando nos incorporáramos a ella la cosa cambiaría sustancialmente.
No fue el caso, la carretera principal estaba llena de zonas bacheadas y de vida. Mucha gente caminando de un lado a otro. Niños que salen del colegio y familias que van a recogerlos o que vuelven a casa del trabajo. Agradable para la vista pero fatal para el culo.
Poco a poco la carretera fue mejorando pero nunca llegó a convertirse en ese asfalto que te permite avanzar deprisa.
Cuando ya intuíamos que Gijduvon estaba cerca nos detuvimos a almorzar en un bar que había junto a un centro sanitario.
Nos sentamos en el interior pues había aire acondicionado pero después de pedir la comanda se fue la luz, y tuvimos que esperar a que volviera para que la camarera que lo atendía pudiera terminar de preparar la comida.
De la entrada a Gijduvon no hay nada reseñable que contar. El hotel no tenía siquiera un cartel que lo anunciara y tuvimos que llamar por teléfono. Luego entendimos que debía tratarse de un establecimiento nuevo porque muchas cosas estaban a medio hacer.
El recepcionista llamó a su sobrino que hizo las veces de traductor y anfitrión. Nos ofrecieron preparar una cena para nosotros y, dado lo amables que parecían, aceptamos encantados.
Luego subimos a nuestras habitaciones a hacer la colada y descansar un poco, y cuando llegó la hora de la cena ocurrió lo que ocurre siempre que un turista pide la comida sin mirar la carta, que te pegan una clavada. La cena no fue nada especial pero pagamos por ella como si lo fuera. Con esa cara de tontos nos fuimos a la cama temprano.
