Hoy tocaba recorrer el Lago Ness de una punta a la otra, a todo lo largo por la orilla contraria y, nada más salir, pudimos entender que el camino iba a ser diferente, porque la carretera pica para arriba y tienes que dar lo más de ti mismo. La humedad y el frío de la mañana contrasta con el calor que te sale de dentro cuando suben las pulsaciones.
Luego la carretera se aleja y no vemos el lago en toda la mañana, pero vemos otros laguitos más pequeños que también merecen la pena… el paisaje es precioso. No hay apenas coches y entiendes que a ésto es a lo que hemos venido.
Luego la carretera cae hacia la orilla y aprecias el Lago en toda su magnitud. El Castillo de Urqhart, otra de esas imágenes míticas que tienes asociada a Escocia, queda al otro lado y no puedes verlo, pero es algo con lo que ya contábamos cuando decidimos hacer la ruta por esta orilla. Nos pareció que merece más la pena la tranquilidad y el paisaje que unas piedras semi-derruidas atestadas de turistas sacando fotos.
Los últimos kilómetros transcurrieron entre bosques, granjas y hasta llamas de colores. Hasta que llegamos a Invernes, la capital de las Highlands.
Callejeamos por la ciudad hasta encontrar nuestro alojamiento: una casita con tejas que conservaba el más puro estilo británico… llena de figuritas y porcelanas. Papel pintado, juegos de té, mesas camilla con manteles floreados, recuerdos de viajes a las colonias y cortinas de encaje.
Una especie de museo en el que el tiempo ha quedado detenido, lleno de cachivaches, por el que nosotros entramos con nuestras alforjas como un elefante en una cacharrería.