La salida de Dundee es curiosa, porque hay que atravesar una entrada de mar y hay un enorme puente que dispone de un carril bici central. Para acceder a él hay que subir por un ascensor para bicicletas y luego, como el camino es estrecho, hay que estar muy pendiente de las bicis que vienen en contra. Como va por el centro el paisaje son solo los coches que circulan a cada lado.
Luego, en la otra orilla el carril bici llega a un gran parque lleno de árboles en el que, en algunas ocasiones se convierte en una pista de tierra, pero es un camino muy tranquilo y sin apenas coches. Podemos ir relajados y resulta muy agradable.
Pueblos costeros, algún camping. Cuando nos vamos acercando a Saint Andrews, el carril bici se acerca al mar y se convierte en una larga recta que pasa junto a algunos campos de Golf.
Sabemos que llegamos a la cuna de este deporte y, aunque ninguno de nosotros lo practica, respetamos el valor que tiene y nos acercamos con emoción contenida.
Atravesamos la icónica ciudad universitaria y, ya desde sus calles, se intuye el ambiente juvenil y académico. Desenfadado y lleno de vida.
Nuestro hotelito tiene mucho encanto y la señora que lo regenta, que por supuesto es golfista, resulta una anfitriona estupenda. Viaja con frecuencia a España. Nos instalamos y salimos a dar un paseo.
La ciudad es muy agradable y nos dirigimos directamente el primer campo de Golf de la Historia, donde hay que hacer cola para hacerse una foto en el mítico puente de piedra donde dan el trofeo al ganador del torneo de Golf que lleva su nombre.
Después de eso vamos a la playa y corremos por su arena rememorando el cinematográfico inicio de la película Carros de Fuego, que , en su día, quedó grabado en nuestra memoria para siempre. Pasamos un rato agradable haciendo el tonto en la arena.